DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Palpar al Cristo resucitado desde la fe.
Juan
20: 1-18
Jesús
le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis
hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro
Dios. 18 Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de
que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.
¿Por qué Dios no se me
aparece?¿Por qué Jesús no muestra en mi vida que está vivo?¿Por qué no veo o
toco a Dios?
María Magdalena estaba arrasada.
Lloraba sin descanso, pensando que habían profanado y robado el cuerpo de su
amado señor. Tan desconsolada se hallaba a la entrada del sepulcro que no se
percató que delante de ella se encontraba precisamente aquel al que vio morir y
ser sepultado. “Mujer, ¿por qué lloras?” escuchó la abatida María. Tras oírlo, la
apesadumbrada mujer le ruega que le confiese el paradero del cuerpo de Jesús.
Su dolor y su obsesión por encontrar el cuerpo le imposibilitaban advertir la
presencia de Jesús resucitado frente a ella. ¿Cuántas veces la obsesión o el
sufrimiento te ha impedido ver la presencia de Dios delante de ti? Estamos tan
ligados al mundo y sus problemas que las ramas del mundo nos impiden ver el
bosque de Dios. Jesús, sin embargo, está ahí, frente a ti. Al igual que estaba
frente a María. Él la llama con seguridad: ¡María! El corazón de María saltó de alegría. Estaba
ante su Señor. Me la imagino acercándose secándose las lágrimas a abrazarlo.
Quiere
tocarlo, retenerlo, pero el Señor le dice: “No me toques, porque aún no he
subido al Padre”. Sorprendente, ¿verdad? Precisamente ahora que María lo tiene
delante, que puede tocarlo, el Señor se lo impide. Cuando haya subido al Padre,
eso ya no será posible. Pero el Señor le indica lo contrario: Ahora no lo puede
tocar. ¿Por qué? Parece que ha cambiado la relación que tenía María con el
Señor. La resurrección lo ha cambiado. La resurrección de Cristo te ha
cambiado. La relación anterior con el Jesús terrenal ya no es posible.
María
aun veía a Cristo con el ojo humano, con el amor terrenal humano, incluso
egoísta, de quererlo para sí, de tocarlo, de retenerlo. Tú a veces puede que veas de esta manera a
Cristo. Cuando accedes a Cristo por tu razón, por tu entendimiento, por tu
pasión o por tu sentimiento humano cometes el mismo error que María de querer
tocarlo como vieja criatura. Quieres que Dios te solucione todo los problemas de
tu vida para creer en Él. Solo ves a un Dios de gloria cuya presencia depende
de los favores que te conceda.
Sin
embargo, ¿cómo se revela la gloria de Dios? A través de la Cruz. Solo desde la
Cruz pudo generar de nuevo en Él vida. Solo se puede resucitar tras morir. Él
que todo podía dejó que los inicuos sesgaran su vida para poder vencer a la
muerte, resucitando al tercer día. Ya nada es igual.
El
Cristo resucitado que hoy conmemoramos ha cambiado tu relación con Dios. Las
sombras de la ley y de los sacrificios de animales ya han desaparecido y vemos
con toda claridad el plan redentor de Dios a través de su Hijo. Tu relación con
Jesús no es la misma hoy que la de antes de tu conversión, que la que tenías
antes de haber sido lavado en tu bautismo por su sangre derramada en la Cruz. Antes
lo veías con ojos humanos, con sentimientos humanos, queriendo palpar para
creer. Ahora lo ves con los ojos de la Fe, sabiendo que Él está ahí, contigo,
aunque no lo veas físicamente. Has nacido de nuevo. Has sentido su perdón.
Jesús
te llama por tu nombre. El Señor vencedor de la muerte te está llamando. Deja a
un lado tus tribulaciones y dudas y enfoca tu mirada en el Resucitado. ¿No ves
que sufrió por ti en la Cruz y venció a la muerte por ti?¿No ves que ha salido
del Sepulcro con un cuerpo glorificado solo para llamarte y entregarte el
regalo más maravilloso que uno puede recibir? ¿No te das cuenta de que está a
la diestra del Padre mediando por ti, intercediendo por ti, velando por ti?
Cristo
no va a suprimir los problemas de tu vida. No intentes relacionarte con El
desde los sentidos o desde el interés. La Resurrección del Hijo de Dios viene a
ti para que, confiando en sus promesas, ya no vivas para ti, para el mundo o
para tus pecados, sino para que Cristo viva en ti (Gálatas 2:20)
Hoy
te digo que si perseveras y palpas con el corazón el amor de Dios ascenderás a
los cielos llevado por la suave mano de aquel que derrotó a la muerte:
Jesucristo victorioso. Proclama con alegría que Cristo verdaderamente ha resucitado y lo ha hecho por ti.
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