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Mostrando entradas de septiembre, 2022

DECIMOQUINTO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.

Sed como niños. San Lucas 18: 15-17 "De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él". Malediciencia, paranoias, envidias, competencias, orgullo…De certeza que a menudo sientes en tu corazón alguno de estos pecados. Tales pecados son fruto de una naturaleza caída cuya maldad es aumentada por una sociedad cada vez más compleja. El pecado original es fruto de la caída de nuestros antepasados, entrando en el hombre por un hombre, y trasmitiéndose de generación en generación. No hay ni uno justo, dice el salmista, todos pecaron y todos se apartaron de Dios. Dios te creó libre, capaz de decidir sobre el bien y el mal, apto para elegir a Dios, conectarte con Dios, a través de tu propia esencia, fiel imagen del Creador. Ay del hombre que eligió desobedecer, ser su propio dios. Las consecuencias las arrastraremos siempre. He aquí la maldición del llamado pecado original o ancestral. Señala el articulo IX de los Artículos de Religión Anglica

DECIMOCUARTO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD

  El poder de la oración que no cesa. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Lucas 18: 1-8. No tengo tiempo para orar. No tengo ánimo para orar. Se me ha olvidado orar hoy. Seguro que has pensado o dicho en alguna ocasión alguna de estas afirmaciones. En esta vida de preocupaciones, de ansiedad, de consumismo y de cortoplacismo, incluso los cristianos, nos olvidamos en no pocas ocasiones de pedir a la fuente suprema de justicia: Dios. En el Evangelio de hoy encontramos a una anciana que no cesaba de pedir justicia a un juez malvado e iracundo. Ella quería resarcimiento frente a su adversario. Insistía e insistía. Estaba angustiada por la injusticia y aun sabiendo el mal carácter de su juzgador, sus ansias de justicia y su confianza en el juez pudieron frente a sus miedos. Tenía certeza en lo que no dependía de ella, sino de una autoridad superior. Es admirable la Fe inquebrantable de la anciana. ¿Qué haces tú

DECIMOTERCER DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD

  Efesios 2: 1-10 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. No sé si habéis visto en vuestras vidas el cadáver de un hombre. Completamente parado, frío, sin alma. Cuando se mira uno siente una sensación espantosa. El espíritu se ha ido y solo ha dejado la ruina de un hombre. Ese cadáver eras tú antes de conocer a Cristo. Ese cadáver era yo antes de conocer a Cristo. Yo era un chico que vivía de espaldas a Dios. No lo odiaba, simplemente no lo tenía presente en mi vida. Amaba los deseos de la carne, haciendo la voluntad de la carne y de mis pensamientos. No era consciente de mi estado caído. Simplemente, operaba conforme a los deseos de mi ego. Yo era, sin saberlo, un hijo de la ira y de la desobediencia. Hijos de la ira y de la desobediencia eran también los habitantes de Mesopotamia justo antes del diluvio o los residentes de Sodoma. Ellos vivían constantemente dando la espalda al Dios ún

DUODÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.

  Lucas 17: 11-19. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.   ¡Dios cúrame de mi enfermedad!; ¡Dios, por favor, te pido que pueda encontrar un trabajo rentable pronto!;   ¡Señor, dame un buen esposo para conformar una familia! Sabes que necesitas a Dios para eliminar tus sufrimientos y para alcanzar la felicidad. Sabes que por el pecado que habita en ti y en tu alrededor solo no puedes lograr nada. Bien. Así es. Los diez leprosos del Evangelio de hoy también estaban faltos de curación. También eran lo suficientemente humildes para pedir la misericordia de Dios. La lepra los carcomía. Eran tan impuros que nadie podía acercárseles. Nadie podía ayudarles. Nadie salvo su Señor. Posiblemente su desesperación les llevó a recurrir a Nuestro Señor. Su fe no fue producto de la reflexión ni de la meditación, sino de su total desesperanza. Se acercaron llo