3º DOMINGO DE PASCUA

Mateo 14: 22-32

Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

¿Señor, eres verdaderamente tú?” Preguntó Pedro al ver a Jesús cual fantasma caminando sobre las turbulentas aguas del mar de Galilea. Las olas azotaban sin piedad la barca durante la noche, mientras el Mesías se aproximaba a ellos sobre la faz de los mares.

Pedro, tan valiente, tan directo, se adelanta a sus compañeros en fe y no solo cree que es Jesús quien se acerca a ellos sino que le ordena que le permita a él también caminar sobre las aguas. Jesús le toma la palabra y le dijo: Ven.

Descendió de la barca y Pedro, con una fe inicial poderosa, confiando en el poder de su maestro, comenzó a caminar sobre las aguas para ir a Cristo.

¿Ves la disposición del corazón de Pedro que sin temer las olas o la posibilidad de hundirse baja de la barca y camina sobre las aguas? Entonces, él sólo, andando sobre las huellas del Señor, despreciando las agitaciones del mundo, comparables a las del mar, le ha acompañado con el mismo valor para despreciar la muerte. No mira donde pondrá sus pies; no ve más que el rastro de los pasos de aquel que ama. Desde la barca, donde estaba seguro, ha visto a su Maestro y, guiado por su amor, se lanza al mar. Ya no ve el mar, ve tan sólo a Jesús.

Pedro te representa a ti. Te representa a ti cuando te lanzas confiado en el Señor sin dejarte abatir por los problemas de la vida. Cuando, inicialmente, no miras las angustias de tu alrededor, sino que solo pones tu mirada en Cristo que te salva y te da fuerzas para dar un paso más en medio de la tormenta.

Pedro camina y camina pero de repente gira su cabeza hacia sus pies. Ya no ve al resplandeciente Cristo frente a sí, sino las turbulentas y oscuras aguas sobre las que camina. La fe comienza a perder terreno frente al miedo. El agua inunda sus pies. Cae en la tentación. Se hunde. Sin embargo, grita: ¡Señor, sálvame!



Cuando parece que el objetivo se te resiste, que Cristo no es suficiente frente a los problemas, te hundes irremediablemente. Ya no ves a Jesús sino a las negras aguas que te devoran.

¿Qué hace Pedro? Con viva voz grita por salvación. Ese grito es el grito del arrepentimiento; es el grito de la humildad que reconociendo, su incapacidad ante el pecado y el sufrimiento, pide auxilio. ) Confió en el Señor y lo pudo gracias al Señor; titubeó como hombre, volvió al Señor.

¿Acaso Jesús abandona al que le invoca? Jamás. Lo sostiene de la mano y lo sube en seguridad a la barca. Recuerda que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo (Rom 10:13)

Este mundo es un mar en el que el pecado y el demonio levantan olas y donde las tentaciones hacen que se multipliquen los naufragios; tan sólo puedes salvarte gritando al Señor, arrepintiéndote de tus pecados. Él extenderá la mano para agarrarte con firmeza.

Cuando te hundan los problemas, no te dejes abatir, no pienses que no hay remedio. Invoca a Cristo sin cesar. Solo Él te levantará. No mires a tu alrededor, sino focaliza tu mirada en Jesús. Grita: “Jesús, ten piedad de mi, pecador. Te necesito”. Sin cesar. Ora, medita las Escrituras, recibe el perdón de pecados en el sacramento. Pronto sentirás el consuelo de aquel que no abandona a una oveja perdida. Te llevará a la calma de la barca y ninguna ola te abatirá porque estarás revestido de Cristo, el Rey de la creación, al que obedecen tempestades y huracanes.

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