DOMINGO DE RAMOS

Juan 11: 55 – 12:13

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.

Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar:  ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?

 


Se acercaba el día del sacrificio definitivo. Seis días antes de la Pascua, Jesús puso sus pies en dirección a la aldea de Betania, allá donde poco antes había devuelto a la vida a su amigo Lázaro. En casa de sus amigos, Lázaro, Marta y María, celebran una cena junto a sus discípulos. Sus apóstoles y amigos aún no habían comprendido que Jesús, seis días después, se inmolaría en sacrificio por sus pecados.

María creía. Ella que jornadas atrás había conmovido a Jesús con su tristeza tras la muerte de Lázaro, tomando una libra de caro perfumo, unge los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, llenándose la casa del aromático olor del perfume.

Ante tal muestra de generosidad, uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, aquel que finalmente le entregaría, le recrimina el no haber vendido el valioso perfume para entregar lo recaudado a los pobres. Fíjate en la conducta de Judas. Aparentemente, caritativa, mas en el fondo perversa e hipócrita. Judas al condenar la actitud de la mujer pretendía destacar por encima de ella en santidad, humillándola como gastosa. ¿Cómo vas a desperdiciar un caro perfume en algo pasajero en vez de invertirlo en los necesitados? ¿Cómo te atreves, mujer?” Parece que le oigo decir. Él, guiándose por la apariencia, quiso ganarse la aprobación de Jesús y los demás rebajando a María. Piensa en Judas cuando intentes condenar públicamente a un hermano con gestos que inicialmente no comprendas. ¿En dónde pones tu corazón?

María, sin duda, lo puso en el amor a Jesús. Un amor que hizo entregar lo más valioso de su casa para ungir los pies de su Señor, expandiendo su aroma por la habitación. El perfume acabó en los pies, unos pies, del Verbo encarnado, que vinieron a caminar entre nosotros y que acabaron traspasados por los clavos de la Cruz. El perfume nacido de esos pies doloridos y sufrientes se expandió por toda la habitación como la Gracia de Dios expandida por toda la tierra. El suave perfume se adhiere a los que lo reciben con espíritu de mansedumbre de la misma manera que la misericordia del Altísimo alcanza a aquellos que con espíritu quebrantado, dan lo mejor que tienen, su vida, al autor de su salvación, Jesús.

Ahora, una vez que Cristo se encuentra a la diestra del Padre, podemos sentir este perfume de salvación cada vez que escuchamos su bella Palabra o recibimos su Cuerpo y su Sangre en la Santa Cena. Ese aroma precioso que salió de su cuerpo lastimado por las heridas que tú mereciste pero que Él recibió, atesóralo en cada sentido de tu ser, para que, cuando el pecado de soberbia te atormente o te tiente, sientas a Cristo en ti, diciéndote: siempre estaré contigo.

 

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